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La vida secreta de Irene de Grecia: no se casó para llevar una vida de película

Para los que la observamos desde la distancia de las fotografías en los medios de comunicación,
Irene de Grecia se ha convertido en parte inseparable de la reina Sofía, casi su sombra. Sabemos, sin embargo, que como tía se hace querer por su discreción, aunque el proverbial sigilo con el que se conduce, y otras particularidades de su carácter, le hicieran merecedora del apodo ‘tía Pecu’, por peculiar, por excéntrica. Desde luego,
su vida no es la de una princesa como las demás.
A diferencia de sus hermanos,
Irene nació en Sudáfrica, donde su familia se había refugiado en su huida del nazismo. Ha vivido en Madrid, Atenas, Madrás (India) o Londres, pero solo
desde 2018 es legalmente española: juró la Constitución sin que nadie se enterara, por supuesto, gracias a un real decreto. Este reconoció los lazos que la unen a España.
Irene de Grecia vive en Zarzuela al menos desde la muerte de la reina Federica, en 1981. «Vine a Madrid para pasar cinco días y me quedé cinco años. Según pasaba el tiempo entendí que
mi lugar estaba al lado de Sofía», le confesó la princesa a Eva Celada, la autora de la biografía ‘Irene de Grecia, la princesa rebelde’ (Plaza & Janés).
¿Qué vio Irene en Zarzuela para decidirse a abandonar su vida bohemia, dedicada a la música, el trabajo solidario y la meditación y en total libertad de movimientos, para acompañar a su hermana? Difícil decirlo, aunque el rey Juan Carlos ya estaba embarcado en la
agitada doble vida sentimental que hoy conocemos tan bien. Que se sepa, mantenía relaciones más o menos estables con Bárbara Rey o
la fotógrafa Queca Campillo. Entonces, el monarca aún no había comenzado su relación más asentada, con la mallorquina Marta Gayá.
Irene renunció a casarse por pura mala suerte
Una de las cuestiones que más saltan a la vista en la biografía de cualquier princesa es la sentimental, los noviazgos y matrimonios. Es raro, muy raro, el caso de la
joven de la alta sociedad europea que decide quedarse solteras. Casi todas responden a la tradición de
fundar una familia con alguien que, la mayoría de las veces, aumenta o fortalece la influencia de su apellido.
Cuesta pensar que la reina Federica, tan proactiva a la hora de casar a Sofía, no quisiera lo mismo para Irene, un
bellezón típicamente griego. De hecho, se dijo que se empleó a fondo para
casarla con Harald de Noruega, pero este prefirió a Sonja Haraldsen. Se rumoreó que Irene aprendió a hablar noruego con fluidez, con vistas a convertirse en reina.
Evidentemente, hubiera sido un triunfo absoluto para Federica traer al mundo a tres monarcas. Quizá su ambición le cortó las alas a su hija pequeña, destinada a vivir amores sin final feliz, no solo por las
maniobras desesperadas de su madre. Sea como fuere, antes de que Harald entrara en escena, la princesa se enamoró de su primo Mauricio de Hesse, hijo de Felipe de Hesse-Kassel y la princesa Mafalda de Saboya.
Toda la famlia real griega, Pablo, Federica, Constantino Sofía e Irene, en su palacio en Tatoi (Atenas). /
Fue un amor de juventud: Irene rondaba los 20 años. Y fue, también, su
primera gran decepción, pues Mauricio prefirió casarse con la princesa Tatiana de Sayn-Wittgenstein-Berleburg en 1964. Sí llegó algo más lejos con el príncipe Miguel de Orléans, conde de Évreux, hijo del conde de París. Se hubieran casado de no aparecer Béatrice de Orléans, relaciones públicas y consejera de Dior, finalmente condesa.
«No me pregunte por mis relaciones amorosas, implican a terceras personas y no deseo perjudicar a nadie», dijo Irene de Grecia a la escritora Eva Celada. Evidentemente, la princesa no dejó de relacionarse con hombres, aunque se puede decir que
renunció al amor, al menos, al amor que hace funcionar los matrimonios.
Las historias amorosas que siguieron a sus dos vanos intentos de casarse estaban, desafortunadamente,
abocadas al fracaso. Cualquiera que siguiera los pasos de
Gonzalo de Borbón en la noche madrileña se lo habría advertido a la princesa: el aristócrata era demasiado crápula para ella.
Juan Carlos fustró sus dos últimos noviazgos
«Si sigues adelante con mi cuñada, te expulsaré de España», amenazó el rey Juan Carlos a su primo Gonzalo, según ha relatado la escritora y periodista Pilar Eyre. Él le conocía bastante bien y no quería que su
fama de mujeriego acabara haciendo daño a la hermana menor de su mujer.
«Gonzalo, al que tampoco le debería gustar mucho la princesita griega, obedeció sin rechistar», confirmó Eyre. Otro candidato ‘sospechoso’m fue
Jesús Aguirre, ex jesuita y una persona con una cultura vastísima con la que la princesa Irene
compartía gustos e inquietudes.
Irene era una
consumada pianista, que llegó a debutar como profesional en el Royal Albert Hall de Londres, en 1969. Jesús Aguirre, además de melómano declarado, era director general de Música y Danza del Ministerio de Cultura. No se podía pedir un encaje mejor. Con una salvedad: se rumoreaba que
Aguirre era homosexual en el armario, de ahí que de nuevo el rey Juan Carlos interviniera para cortar la relación.
Irene de Grecia junto a su madre, la reina Federica, en un viaje a Nueva York, en 1964. /
«Oye, tú, deja en paz a mi cuñada, que
es una inocente y todo se lo cree… No la enredes, no quiero que vuelvas a llamarla», dijo el monarca al ex jesuita, siempre según el relato de Pilar Eyre. La decepción de Irene fue máxima, aunque ya se había resignado para cuando Aguirre destapó su romance con Cayetana, la duquesa de Alba.
Como compensación a tanto desastre amoroso, Irene de Grecia ha podido vivir el mundo desde un punto de vista
absolutamente idealista gracias a la red de protección que la familia Borbón y Grecia tejió a su alrededor. Muy consciente de la pobreza por
su experiencia en la India y, a la vez, firme creyente en que la bondad humana puede aplacarla, entregó su pasión al trabajo solidario a través de la ONG Mundo en Armonía.
Irene enfocó su pasión al trabajo solidario
Bajo su presidencia, Mundo en Armonía ha conseguido actuar en 30 países con proyectos tan locos como el de fletar un avión de Alemania a Bombay con 72 vacas. Su trabajo, reconocido por Naciones Unidas, prueba que se puede tener
una vida propia bajo el paraguas de una familia real, pese a que las nuevas generaciones de ‘royals secundarios’ sostengan lo contrario.
«Mis éxitos se los debo a mi familia, a mis hermanos, pero
mis errores son solo míos», confesó a su biógrafa. Admira a su sobrino el rey Felipe: «Tiene un sentido del humor muy refinado. Le gusta dialogar, la discusión intelectual». De su hermana doña Sofía añadió: «Tiene unas cualidades que a mí me encantaría poseer: serenidad, criterio, responsabilidad. Aguanta muchas horas de trabajo, el estrés. No necesita dormir tanto como yo, por ejemplo, es más fuerte. Además sabe siempre qué hay que hacer».
Irene de Grecia, imponente en un evento en los años 60. /
Irene de Grecia comparte con su hermana, la reina Sofía
un sincero interés por ovnis y otros fenómenos inexplicables (herencia de su madre, la reina Federica), una atracción irresistible por los mercadillos y el animalismo: ambas son vegetarianas. En todo caso, Irene está más cerca de las dimensiones espirituales de la trascendencia humana:
ha estudiado los Vedas (libros sagrados del hinduismo) y el budismo.
Irene de Grecia
enfermó de cáncer en 2002, un trance que la familia real llevó con absoluta discreción, como todo lo que tiene que ver con Irene de Grecia. Se recuperó completamente, también gracias a la constante compañía de la reina Sofía, quien no se separó de su lado. Perdió, sin embargo, su larga trenza, una de sus señas de identidad.
Eva Celada, su biógrafa, piensa que Irene de Grecia «siempre ha hecho lo que ha querido». Dicen que, en un evento, una invitada quiso presumir ante la hermana de la reina Sofía de
lo cara que era la ropa que llevaba. La princesa le dijo: «Pues yo estos zapatos los he comprado por 20 euros en el
mercadillo de Majadahonda. ¡A que son preciosos!»
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Cómo ha solucionado Letizia el problema del Instagram de Leonor

El
octubre fantástico de la princesa Leonor, con su debut como militar, la jura de la Constitución y su 18 cumpleaños, puso sobre la mesa el tirón popular de la heredera, ya admirada por su actitud responsable, los evidentes esfuerzos que realiza por estar a la altura en la academia militar y, por qué no decirlo, un
físico de princesa de cuento de lo más canónico. Comprensible que a sus padres, Felipe y Letizia, se les caiga literalmente la baba.
Hoy sabemos que el orgullo no es lo único que Leonor suscita en sus padres. Solo hay que
escuchar a la reina Letizia hablar sobre sostenibilidad y cambio climático para advertir la influencia de su hija, ya una voz poderosa en la generación más preocupada por el planeta. Una pena que, debido a las
restricciones de comunicación que adopta Casa Real, solo podamos presuponer qué sienten y piensan los Borbón Ortiz sobre estos y otros asuntos que conciernen a todos.
La demanda de imágenes de Leonor es problemática
Pese al silencio que rodea a la princesa, la llamada ‘Leonormanía’ ha comenzado y todo apunta que va a ser
un fenómeno complicado de lidiar en un futuro inmediato. No es fácil controlar el perfil público de una mujer guapa y joven que, además, no lo tiene fácil para tomar la palabra y aclarar ciertos asuntos por su
obligación de neutralidad. Y habrá asuntos. Cada salida pública significará una lluvia de fotos virales que van a ser escrutadas, analizadas, interpretadas y resignificadas, sin que Casa Real pueda hacer mucho al respecto.
La princesa Leonor, en la última gala de entrega de los Premios Princesa de Asturias en el Teatro Campoamor de Oviedo. /
El principal problema al que se enfrenta Casa Real es el de la ‘celebritificación’ de Leonor, una mutación indeseable en ámbitos donde la autoridad no tenía tanto que ver con la fama como con otros factores (el talento, la innovación, el saber). En un mundo en el que
la popularidad suma más que otros talentos, la tentación de
buscar y cultivar ese tipo de relevancia espectacular es fuerte. Lo hacen, en cierta medida, las reinas consortes, con su constante recurso a la moda y su presencia diaria en los medios de comunicación. Otra cosa son los titulares de la Corona.
La papeleta es complicada para Casa Real, pues ninguna monarquía puede despreciar las oportunidades de ganar popularidad que le salgan al paso. De hecho,
la familia real británica no le hace ascos a casi nada: el rey Carlos ha salido en programas de televisión y cada una de sus salidas aparece en su cuenta de Instagram, lo mismo que los príncipes de Gales. No es lo que sucede en España, aunque Letizia sí ha dado pasos en este sentido, por ejemplo al
hacerse selfies con personajes populares de la televisión.
Tarde o temprano, Leonor tendrá perfil público en redes
En todo caso, Casa Real no atiende la demanda de que la familia real o, al menos,
Leonor tenga una cuenta oficial pública en Instagram. Quizá es algo que plantean más adelante, cuando la vida personal de la heredera no requiera una
protección extra por su juventud. Quizá es algo que consideran inconveniente en cualquier momento. Sin embargo, tampoco pueden ignorar el tirón popular de la futura reina. No pueden despreciar que la ciudadanía quiera saber más de Leonor.
En esta aparente parálisis, ya se están produciendo movimientos. Y son importantes, porque según han trascendido a algunos medios de comunicación, la iniciativa corresponde tanto a los reyes Felipe y Letizia como a la misma princesa Leonor. Este podía ser otro de los asuntos en los que la hija mayor de los monarcas puede estar
reorientando la perspectiva de sus padres.
Según ha publicado Monarquía Confidencial, Casa Real se ha decidido a abrir un canal de comunicación con la princesa Leonor, para que sus fans puedan hacerle llegar sus mensajes. No es ninguna maravilla, pues se trata del libro de visitas alojado en su perfil en el ‘website’ casareal.es, desde donde
se le pueden enviar mensajes. El compromiso pasa por hacérselos llegar, pero no se asegura contestación personalizada, lógicamente. Pueden ser cientos.
No cabe pensar que todas estas misivas lleguen a la princesa Leonor, por mucho que la heredera lo desee. Sin duda, personal de Casa Real filtrará cada mensaje, para que ninguno
pueda perturbar a la joven. Y, en todo caso, tampoco esta pequeña apertura al mundo responde exactamente a lo que se reclama o a la realidad actual. Esa en la que, más que recurrir a las palabras, buscamos imágenes para conectar e identificarnos.
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Por qué se casó Simoneta Gomez Acebo con una tiara de la reina Victoria Eugenia

Fue el 12 de septiembre, de 1990, en la catedral de Palma. La novia,
Simoneta Gómez Acebo, era hija de
doña Pilar de Borbón, duquesa de Badajoz, y él,
José Miguel Fernández Sastrón, nieto del famoso empresario Pepín Fernández, y dedicado a la música. Fue la primera boda de los Borbón desde la restauración de la monarquía y despertó una enorme expectación.
Asistió toda la familia real, incluyendo a
los reyes Juan Carlos y Sofía y a
Don Juan y Doña Mercedes, condes de Barcelona, padres del Rey. Los novios se dieron el sí quiero ante 800 invitados. El tenía 31 años, ella 22 y vestía un traje de seda blanco, de falda estrecha y larga cola, escote barco y pico en la espalda, de
Gianfranco Ferré, para Dior, y lucía una espectacular
diadema de perlas y brillantes, conocida como la «Rusa», que había pertenecido a la reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, y que la novia pidió prestada a su abuela, María de las Mercedes. Hoy es una de las favoritas de
doña Letizia. El rey Juan Carlos la recuperó para convertirla en una joya de pasar.
La novia hizo a pie el corto recorrido que separa el palacio de la Almudaina, donde se vistió, y la catedral. Lo hizo acompañada de su padre,
Luis Gómez Acebo y Duque de Estrada, vizconde la Torre. Años después, Simoneta hablaría con gran emoción de ese momento de su vida y revelaría que fue su padre, sobre todo, quien la orientó más con el vestido de novia.
Una boda feliz y con todos los Borbones en España
Miles de personas se agolparon en los alrededores de la catedral y fueron aplaudiendo a los invitados. Entre ellos estuvieron
Kyril de Bulgaria y Rosario Nadal, los duques de Alba, el empresario Plácido Arango y los banqueros Juan March y Pablo Taboada o los barones Thyssen, Tita y Heini.
Tras la ceremonia tuvo lugar una sesión de fotos en el salón gótico del palacio de La Almudaina. El banquete nupcial se celebró en uno de los salones del Palacio de Congresos del Pueblo Español, ideado por
Juan Cabrera. Las mesas estaban decoradas con velas blancas y verdes. Con el estrés del momento, Cabrera sufrió un ictus y tuvo que ser hospitalizado, pero aseguró, años después, que todo había salido a la perfección.
La pareja tuvo tres hijos: Luis Juan, Pablo y María de las Mercedes. Pero aquel matrimonio tan celebrado no duró. Desde 2009 hacían vidas separadas y se separaron definitivamente en 2012. Pero fue un acontecimiento feliz, que reunió a
todos los Borbones en suelo español, con don Juan Carlos en el trono, y suponía también recuperar joyas de la familia, como la tiara Rusa, que lució la novia. Además, Palma era el lugar de las vacaciones para los primos Borbón, empezando por
don Felipe y las Infantas Elena y Cristina, y estaba lleno de recuerdos.
Los Borbones habían tenido que casarse en el exilio, desde Roma a Estoril. Los hijos de
Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg se casaron, tras la proclamación de la República: Alfonso se casó, por primera vez, en 1933, con una joven cubana, Edelmira Sampedro Robato, en la parroquia del Sagrado Corazón de Lausana, Suiza, lo que le apartó del trono.
Jaime, sordomudo, se casó, en 1935, con Emanuela de Dampierre, hija de un noble francés; Beatriz, también lo hizo en 1935, con Alejandro de Torlonia, príncipe de Civitella Cesi, y Juan, padre de don Juan Carlos, el 12 de octubre de ese mismo año, con
María de las Mercedes de Borbón y Orléans.
María Cristina, contrajo matrimonio en 1940, con el conde Marone Cinzano, también en Roma. El infante Gonzalo, el menor de todos los hermanos, murió con solo 20 años, en 1934, por las complicaciones de un accidente de automóvil en Austria, porque era hemofílico. Por su parte
doña Pilar y doña Margarita se casaron en Estoril.
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